Una reflexión muy personal sobre la conciliación familiar.

El año pasado después de casi 26 años por fin volví a Filipinas. Después años priorizando el trabajo por delante de todo, T-O-D-O, poner miles de excusas, compré los billetes por fin y volví a casa por Navidad como dice el anuncio de turrones El Almendro.

Mi abuela tiene Alzheimer así que cuando me decidí a visitarla, no tenía muchas esperanzas de que se acordara de mí. Al fin y al cabo hace 26 años que estoy ausente.

Para mi sorpresa, ¡si se acordaba de mí! y cuando nos vimos, me pidió algo muy simple:

“Dile a mi hija que venga pronto, no sé cuánto tiempo me queda, pero no aguantaré mucho”.

Mi abuela se refería a su Alzheimer, sólo recordaba los últimos 5 minutos, después de ese tiempo su mundo se reseteaba y volvíamos a mantener la misma conversación una y otra vez.

Es duro, pero a veces ni tan siquiera me reconocía y como dijo la @lavecinarubia en una de sus stories:

“El alzhéimer se lleva lo más valioso: los recuerdos”.

Los que me conocéis de cerca sabréis que tuve un episodio personal difícil que me afectó a nivel profesional, tuvo consecuencias en mi máster pero que como todo finalmente tuvo un final feliz como ya os expliqué en un post anterior.

Así, que a mi vuelta supe que lo primero que tenía que hacer era convencer a mi madre que dejara de trabajar tanto y que tenía que ir a casa antes de que fuera demasiado tarde. La miro y no puedo evitar sentirme una copia de ella en muchos aspectos, pero sobre todo en lo que respecta al trabajo lo damos todo. TODO.

Siempre tan implicadas en el trabajo que a veces perdemos el foco en lo que es más importante.

Y como yo, postergó la ida primero un mes, luego otro. Hasta que finalmente, como hice yo, compró los billetes. En aquel momento supo que no había vuelta atrás. Ella también volvía a casa, por Navidad no, pero volvía.

Mi madre no tiene unas vacaciones como Dios manda desde hace más de 20 años. Ella se ha dedicado a la familia y sobretodo al trabajo, a sacarnos adelante. Esto la ha dejado exhausta y mucha veces alejada de otras personas también importantes.

Después de recorrer el norte del país, cuando volvió de Filipinas, le pregunté por mi abuela:

“¿Llegaste a tiempo?” le pregunté.

“No, cuando llegué ya no sabía quién era. Llegué demasiado tarde.”

Espero que si estás leyéndome ahora, esta pequeña experiencia personal te recuerde que aunque el trabajo es importante, lo verdaderamente importante está fuera de esas cuatro paredes.

No dejes que sea demasiado tarde para ti y llama a esa persona que hace tiempo con la que no quedas, dile a esa persona cuánto te importa y pon día y hora para ese café por la tarde que nunca llega.

Porque lo que jamás se recupera es el tiempo perdido.

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